José Luis Pagés

Escritor y periodista nacido en Santa Fe.

Libros publicados:
* Fidelia (Ed.Castellví-1976)
* Los perros dálmata (Ed. UNL-1985)
* Todos los jueves (Ed. UNL-1993)
* Antologías Octopus I y Octopus II (Ed. UNL)

El informe de Fishner.

Cuando doña Encarnación llamó en la habitación del profesor Fishner, sólo contestó el silencio.
Algo debió sospechar la casera porque de inmediato la escucharon resoplar los vecinos mientras corría hacia las escaleras. Quines la vieron dicen que llevaba el delantal estrujado entre las manos.
Un poco después el cerrajero franqueó la entrada sin que fuera necesario derribar la puerta.
El primero en entrar fue un policía que encontró abiertas las hojas de la ventana mientras que las cortinas flameaban a impulsos del viento sur.
Libros de poesía, algunas corbatas, un pantalón arrugado y un violín rojo, entre otras pertenencias de Fishner, salpicaban el piso. En un rincón la radio repetía un discurso presidencial sobre la muerte de las ideologías.
El portero del edificio habría de atestiguar un día después que “El viejo saltó desde la ventana del décimo piso, eso unos diez minutos antes _a las 11pm._ hora en que Encarnación y el oficial de la Novena, además de algunos curiosos, se asomaban al vacío para ver cómo el profesor tendido de costado y con una sonrisa en el rostro apretaba la boina que el viento quería arrebatar de su cabeza. Iba entonces por el 5to. Piso”.
“Él no saltó -arriesgaría la vecina del 10mo. A-, amaba la vida y tenía proyectos, la idea del suicidio no encajaba con su personalidad”.
Esta interpretación de lo sucedido con Rodolfo Fishner se vería fortalecida con el testimonio de Pedro Coronel, personal de las brigadas de emergencia que fuera convocado de urgencia por la casera Encarnación.
“Este hombre andaba por el 6to. piso cuando llegamos al lugar. Mientras desplegaba la camilla me tomé algún tiempo para observar la evolución de la caída”, recordó.
Coronel daría fe de que Fishner, al pasar por el 4to. piso abrió su camisa en el gesto de quien muestra el pecho y hasta el propio corazòn en dirección a una dama que asomada a un balcón, se tomaba la cara entre las manos.
“Fishner -dijo- venía de pie. Perpendicular al piso, pero se demoraba en esas manifestaciones y parecía de buen humor. No creo que se arrojara por propia voluntad, como no creo tampoco que alguien lo hubiese arrojado”.
El bombero Anibal Ferradás afirmaría que fue él, el primero y el único que, encaramado sobre una escalera, alcanzó a tomar por la corbata al catedrático, pero el intento fue vano cuando una columna de aire ascendente arrebató su cuerpo y lo elevó rápidamente uno o dos pisos más arriba.
“Entonces -precisó Ferradás- Fishner no parecía preocupado por su situación. Recuerdo que se veía divertido cuando junto al piso que ocupaba el empresario Sánchez y señora, se burló de ellos con un gesto obsceno”.
“Es verdad -diría Sánchez-, ese enfermo mental ofendió a mi esposa y no lo voy a perdonar. Yo mismo lo habría tirado de la terraza, pero no me dio el gusto”.
El ambulanciero de la asistencia pública Ricardo Mendoza confesó: “Me volví loco cuando el viento empezó a arremolinarse alrededor del edificio. Este Fishner giraba en torno de la manzana mientras subía y bajaba confundido entre las hojas de los árboles, bolsas de nailon y pedazos de papel. Casi rompo la caja con tantas marchas y contramarchas”.
“No se tiró, de eso estoy tan seguro como que no sé qué fue de su vida -dijo su íntimo amigo, el escritor Rufino Estévez- Lo último que recuerdo es que lo vi venir de cabeza en dirección a la mesa que yo ocupaba junto a otros amigos en la vereda de El Gavilán. Ibamos por la cuarta botella y ya estábamos un poco más allá de la medianoche cuando pasó rasante sobre nosotros. No nos llamó la atención. Siempre gustaba sorprendernos con alguna rareza. De pronto se elevó de nuevo y pudimos ver como nos saludaba descubriéndose la cabeza”.
Betty Puentes del Noticias escribiría en la edición dominical el resultado de su entrevista con el padre Torres de la parroquia de La Merced.
El cura dijo que en principio creyó que era un lechuzón aquello que el viento había enredado en la cruz de la iglesia. Que llegó hasta allí armado de una caña. Que con ella desenganchó al intruso y que de inmediato lo vio seguir vuelo en dirección a la zona de quintas. “Era Fishner”, reconoció el sacerdote ante una vieja fotografía.
En la madrugada había cambiado la dirección del viento y soplaba del sector este.
“Pasó -dijo el colono Heriberto Calvagni-, a ras del suelo. Apenas sobrepasó las alambradas y con terror vi cómo encendía un fósforo cerca de una parva. Entonces vi su rostro, parecía tan metido dentro de él mismo… Después vi la brasa del cigarrillo. Olí el humo del tabaco negro y finalmente desapareció cielo arriba como una luciérnaga, hasta que se esfumó en la oscuridad de la noche”.
“Lo había escuchado protestar contra las cosas, las moscas, el calor, la humedad, -dijo la casera Encarnación mientras entornaba las ventanas y recogía los libros dispersos en el piso de la habitación-, pero nunca pensé que fuera para tanto”, reflexionó, mientras una voz ministerial hablaba de la reforma del estado desde aquel rincón de la radio.
“Muerte natural”, aventuró en voz alta un ignoto cabo de cuarto. “Desaparición de persona”, tecleó el oficial de la Novena en la antigua Olivetti.
Hasta el día de hoy el caso Fishner es un misterio.

1 comentario:

  1. Mirá lo que vengo a enterar de mi compañero de secundaria. Muy bueno, te felicito.

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