Luciano Lamberti

Escritor nacido en San Francisco, provincia de Córdoba, en 1978.
Fue editor de La Creciente, editorial autogestionada que publicó más de treinta títulos de literatura joven.
Es profesor en colegios secundarios y dicta talleres literarios.

Libros publicados:
San Francisco / Córdoba – poemas
Sueños de siesta – relatos breves

Una casa llena de insectos

Había una vez un albañil muy pobre que se llamaba Sergio. Una mañana, mientras fumaba un cigarrillo cerca de la obra, Sergio oyó un llanto. Buscó el lugar de donde venía el llanto y vio una bolsa entre los yuyos. Una bolsa que lloraba. Se quedó mirándola y después fue y la abrió. Salió caminando un cachorro de no más de dos meses, gordo y marrón, escoltado por otros cuatro que se tropezaban y se mordían entre sí. Sergio levantó a uno de los cachorros por el cuero. Tenía olor a leche, la panza tirante, y enseguida se quedó dormido.
Sergio le mostró los cachorros al encargado de la obra. Uno de los cachorros se le subió a la zapatilla y empezó a morderle el cordón. Sergio se lo sacó de encima.
- Hay que ahogarlos para que no sufran - dijo el encargado de la obra.
Así que los volvieron a meter en la bolsa y el encargado estaba a punto de ahogarlos, hundiéndolos con un palo en el tacho lleno de agua donde se lavaban las manos, cuando vieron que uno de los cachorros había quedado suelto. Estaba subiendo una montaña de arena, se tropezaba, se resbalaba y volvía a subir. Tenía las orejas muy grandes. El encargado le preguntó a Sergio sino quería quedárselo, para no volver a desatar la bolsa.
- No sé - dijo Sergio. - Tengo poco espacio en casa.
- Llevateló - le dijo el encargado. - Hace bien una compañía.
Sergio vivía solo. No le gustaba mucho la gente. Pero esto era distinto.
- Está bien. Me lo quedo - dijo.
- Ya vas a ver que te gusta - respondió el encargado, y hundió la bolsa en el agua.

Sergio vivía en San Vicente, en una casa llena de insectos frente a la costanera. Los insectos salían del río, cruzaban la calle y entraban en su casa. Cucarachas, mosquitos, moscas. Lo bueno es que también había arañas, que se comían a los mosquitos y las moscas, y alacranes que se comían a las cucarachas. Sergio tenía pocas cosas, aparte de los insectos: una mesa de madera, una silla, un calentador con garrafa y una pava ennegrecida encima, un tenedor amarillento y un cuchillo. Es una estantería sobre la pared, había tres libros fundamentales: El Martín Fierro, La Biblia y un Manual de Física elemental sin tapas.
Esa noche, cuando llegó del trabajo, Sergio le hizo una cucha al perro con un pullover viejo. Después le dio de comer unos pedacitos de pan mojados con leche, y mientras lo veía comer pensó en un nombre. Lo pensó un largo rato y después lo levantó por el cuero y le dijo:
- Te llamás Martín, por Martín Fierro.
El perro tenía el hocico lleno de leche.
Enseguida se arrepentió de haber llevado a ese perro a su casa, de haberle dado de comer y sobre todo de haberle puesto un nombre. Una vez que uno le ponía un nombre algo, ese algo era suyo para siempre, y uno se hacía responsable de él. Así pensaba Sergio.
El perro molestaba a todas horas. Cuando Sergio se acostaba y apagaba la luz, el perro empezaba a llorar. Sergio prendía la luz y el perro se callaba.
- Callate o te hago cagar - decía Sergio.
Pero cuando apagaba la luz, el perro volvía a gemir. Sergio tenía que dormir con la luz prendida, tapándose la cabeza con la almohada, porque al Rey de la casa le daba miedo la oscuridad. A la mañana siguiente, Sergio se levantaba a la madrugada, se hacía unos mates y antes de partir en la bicicleta de carrera hacia la obra, hablaba con Martín. Le decía:
- Portate bien. Vengo a la tarde.
El perro lo miraba, atento. ¿Entenderá?, se preguntaba Sergio.
Y cuando volvía, el perro había hecho un desastre. Había cagadas en forma de espiral y charcos de meadita olorosa por toda la pieza, la azúcar estaba tumbada, las sábanas sucias, las ojotas de Sergio con marcas de dientes y una de las tiras destrozadas. Un día Sergio se enfureció, agarró al Martín del cuero y cruzó la calle para tirarlo al río. Que perro ni perro. Él estaba bien sólo. Lo iba a revolear lejos y lo iba a olvidar. Pero cuando estaba frente al río, cuando escuchó el ruido del agua moviéndose, Sergio se arrepintió. Volvió a su casa con el perro, diciéndole:
- ¿Qué sabés vos? Vos no sabés nada.

A los dos meses, Martín era un cuzco flaco, nervioso, de ojos saltones y orejas largas y finas. Una mezcla de muchas razas y estilos. Le ladraba a cualquier cosa: a los autos, a los otros perros (incluso a los más grandes que él, que eran casi todos), a las bicicletas, a los aviones, a las motos, a los insectos, al río, a Sergio. A la madrugada, antes de partir hacia la obra, Sergio lo sacaba a la calle y el perro se quedaba dando vueltas bajo los eucaliptus que bordeaban el río, persiguiendo a las ratas entre los escombros o desenterrando bolsas de basura. A la noche, sobre todo cuando hacía mucho frío, Sergio lo dejaba entrar. Pero era un perro maligno, como decía él, que enseguida se ponía a morder sus zapatillas o tumbaba algo, entonces Sergio le pegaba una patada y lo volvía a sacar. Afuera, el perro se ponía a llorar. Sergio abría la puerta para cagarlo a palos y Martín salía corriendo.
El mejor momento para los dos era el sábado a la tarde. Sergio estaba tranquilo porque no trabajaba. Tenía ganas de trabajar pero el cuerpo le dolía. ¿Cuánto hacía que trabajaba ya? Ni se acordaba. Le dolían los hombros y los brazos, tenía los huesos desgastados. Los sábados estaba libre, y calentaba agua y se iba con Martín a tomar mates a la costanera, mirando las montañas de escombros, las ramas podridas que el río acumulaba en las orillas, la corriente entre las lajas de cemento. Se sentaban uno al lado del otro y Sergio le contaba de cuando era chico y había visto unas ratas devorar a un perro de su tamaño. Oyéndolo, Martín levantaba la pata para rascarse la oreja llena de pulgas o una garrapata en el cuello. Sergio, que había oído que hay que matar a las garrapatas antes de sacarlas, se prendía un 43/70 con olor a bosta de caballo, calaba hondo para formar una brasa y acercaba la punta a una de las garrapatas. Martín gemía, ladraba y le tiraba un tarascón. Sergio le pegaba una patada y le decía:
- Salí, infeliz.
A veces aparecían unos chicos pobres de la villa, al otro lado del puente, que le pedían prestado al perro y lo animaban a entrar en el río. Martín nadaba bien, con la cabeza y las orejas altas, en una posición orgullosa. Después se sacudía el agua en la orilla y se revolcaba alegremente en la tierra seca de la costanera, corría hasta donde estaba Sergio para saludarlo y le llenaba de tierra la latita de azúcar. Sergio le tiraba una patada y Martín la esquivaba y le ladraba. Se quedaba mirándolo, a unos metros, con las orejas caídas. Sergio buscaba un cascote y se lo tiraba.
Era el fin de las tardes de los sábados.

Cuando se terminó la obra, le pagaron a Sergio una buena plata. El encargado de la obra se mojó el dedo y contó la plata y se la dio. Se sentía el bulto de la plata en el bolsillo del pantalón. Era lindo. Sergio volvió silbando tranquilo en la bicicleta. Cuando llegó a su casa, Martín estaba durmiendo, enrollado a la sombra, y le ladró dos o tres veces para saludarlo. Sergio lo dejó entrar en la casa. Después se sacó la mochila y dejó una bolsa encima de la mesa. En la bolsa había un matambre que Sergio pensaba asar en un rato.
Después se fue a comprar carbón, unos tomates y una planta de lechuga para hacer ensalada. Pensó: tengo que sacar al perro, pero se olvidó, como se olvidaba tantas cosas últimamente.
Martín se quedó solo y miró la bolsa, con la lengua afuera. Había algo increíblemente exquisito en el interior. Martín sabía que estaba prohibido, como estaba prohibido mear adentro o comer ojotas, y por un rato se resistió a la tentación, se sentó, cruzó la patas y puso la cabeza encima. Pero el olor era tan fuerte que Martín se levantó y empezó a rodear la mesa. Daba una vuelta, después otra, después se sentaba y se volvía a parar.
Cuando llegó Sergio, Martín se había comido la mayor parte de la carne. La bolsa estaba rota, los pedazos tirados en el piso. Martín mascaba los restos del matambre y cuando lo vio llegar fue a esconderse debajo de la cama. Sergio enloqueció. Buscó un cinto, y le pegó hasta cansarse. Después le abrió la puerta y le dio patada para que saliera.

Esa noche, Sergio salió a la calle y llamó al perro.
- Martínnnn.
Pero el perro no apareció.
- Mejor - se dijo Sergio.
Cerró la puerta y se fue a dormir, pensando: "Mañana va a estar otra vez rompiendo las pelotas por acá".
Pasó un día, pasaron dos y tres días. El perro seguía sin aparecer. Los chicos que jugaban en el río le dijeron que lo habían visto entre los escombros, hurgando en unas bolsas de basura. Esa noche llovió. Sergio se durmió oyendo la lluvia y pensando en dónde estaría ese perro maligno.
Llovió toda la noche. A la mañana había parado de llover, pero el cielo todavía estaba cubierto y hacía frío. Era domingo. Sergio se quedó haciendo fiaca hasta las nueve. Después se preparó el mate. Al rato tocaron la puerta y eran los chicos de la villa.
- Don, al perro lo agarró la crecida - le dijo uno.
Sergio bajó la costanera. El río tenía el color de la arcilla y se lo podía escuchar desde lejos. El perro estaba cerca del puente, subido a una loseta de cemento. Hacía equilibrio sobre la loseta inclinada. Lo vio desde lejos y empezó a ladrarle.
- Vení para acá - le gritó Sergio.
- No hace caso - dijo uno de los chicos. - Nosotros lo llamamos y no vino.
- Se va a morir ahí - dijo otro.
- Vení para acá, che - le gritó Sergio.
Martín metió una pata en el agua helada y casi enseguida volvió a sacarla. Le ladró un par de veces más. Sergio pensó en que al final se iba a morir ahogado, igual que sus hermanos, y en que lo tenía merecido.
Después miró el agua un segundo y dijo en voz alta:
- La puta madre con este perro.
Se sacó las zapatillas y se metió en el agua.

1 comentario:

  1. Luciano soy Graciela Macagno del Taller de Lit del Neuro y me gustaria comunicarme con vos los dias que estoy en Baires, y asi te mando algo con la correccion que me marcaste. Es el cuento de Me salieron cables en la nuca, Si lo queres leer esta en facebook en Conartesano, en notas. Espero te guste, un beso,, MUY BUENAS TUS CLASES, muy motivadoras, dinamicas, lamento tanto no estar, me encantan, Besos a todos los chicos del taller
    Gra, o Grace, o Graciela, o lo que te salga

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