Ana Yalour

Digo que mi lugar ha sido, es y será el que habito. Por ahora un rincón de un golfo en la Patagonia: Las Grutas.
He escrito y editado en forma artesanal los siguientes libros:
* La Trama de mi piel
* Así de Una (en colaboración con Claudio Andrade)
* Potions
* My Pathetic blog
* Ay, qué risa
* Amorito
* Patagounia, Hi
* Entonces, las palabras (Antología)

Regreso

Cruzó el umbral, cruzó el patio duro de tierra dura y fue dejando tras sus pasos un presente que se le hacía demasiado pesado para cargarlo como historia.
Fue noches oscuras, fue noches de frío y aguaceros, amaneceres, tardes eternas donde las pajas vizcacheras se volvían coirones y los cardos rusos, neneos; fue el viento que lo azotaba con saña empecinado en frenarle el tranco, doblegándolo en su afán de seguir de cualquier modo, viento que no traía los olores de su viento, jarillas y alpatacos que no tenían la forma vertical de los cardones. Ni su espíritu.
Surgieron cerros de piedras rojizas también, pero el silencio que los habitaba no tenía el canto de las copleras de sus cerros, ni el decir de las bagualas. Los cóndores, acaso los mismos, sobrevolaban entre las voces y los ecos antiguos de otros pueblos.
Hilario Cifuentes, amaichino, devenido a puestero pampeano desenhebraba su vida hacia un norte que el paso del tiempo había corrido de lugar, tanto que la cruz del sur ahora le marcaba otro sur.
Llegó más allá del recuerdo anidado entre adobes y el humo de un fogón que lo hacía llorar. Y no de pena. Acaso pena fuera esta desazón fría que llevaba metida entre los huesos y que ningún fuego ni brebaje que intentó por años pudo aliviar.
De pueblo pueblo, de paraje en paraje preguntaba por Los Zazos. Nadie sabía qué cosa eran los Zazos. Él agregaba que no debía faltar tanto, si ahisito nomás debía estar.
Y seguía lento, leve, cada vez más frágil adentrándose en el infinito paisaje de la meseta patagónica.
Sus alpargatas, cuentan, estaban pegadas a las llagas, y su piel cetrina a los huesos, a los mismos huesos helados mucho antes por la pena.
Dicen algunos en el sur, verdadero sur, que el viejo buscaba morir en el abrazo de unos cerros que no eran los cerros del Paileman. Y hay quienes en el norte, verdadero norte, aseguran, porque les gusta así, que Hilario Cifuentes, amaichino, devenido a puestero pampeano, deshizo su vida entera para volver a su pueblo y en la apacheta de unos cerros bajo la luna tucumana, ofrendar el rezumo de su sangre vieja a las venas abiertas de la PachaMama.

Amaichino: De Amaicha. Localidad al noroeste de la provincia de Tucumán. Unico pueblo originario indígena (diaguitas) del noroeste argentino. Los Zazos: Pueblo a 3 km. de Amaicha del Valle. Cuna de copleras. Significado: “reunión tranquila, lugar tranquilo donde asiste gente”. (Diaguitas) Apacheta: montículo de piedras, a manera de altar, erigido en honor a la PachaMama. Se lo encuentra comúnmente en el noroeste argentino y en Perú y Bolivia. Ante la apacheta los indios dejan ofrendas y piden que se alejen las desgracias (chiknis) de su camino y salud para seguir viaje. (Diccionario de Mitos y Leyendas – Equipo Naja)

3 comentarios:

  1. Me parece muy merecido que integres el Tomo I de esta Antología Narrativa Argentita. Como siempre disfruto con orgullo que seas mi muy querida sobrina. El tío viejo Juan Manuel.

    ResponderEliminar
  2. Sos un gran referente en mi vida y espero que se note!

    Tio Viejo, acompañarte en el camino de tu vejez, desde la literatura por ejemplo, es un gran placer. Ni hablar desde el afecto.

    Te abrazo fuertecito.

    ResponderEliminar
  3. Anita,
    más que merecido este lugar que te ofrecen junto a Tizón, Mempo Giardinelli entre otros. (No alcancé a ver todos)
    El relato es fabuloso. Tu alegría hoy es la mia.

    ResponderEliminar

Archivo del blog

Gracias por leernos

Visit http://www.ipligence.com

Seguidores