Ana María Belén

Nació en Avellaneda provincia de Buenos Aires, y desde 1978 reside en Neuquén, lugar donde ejerce su profesión de docente
Participó de varios talleres literarios como asistente y, luego como coordinadora.
Obtuvo diversos premios por sus obras, algunas de las cuáles figuran en ediciones compartidas.

Libros publicados:
* En el viento vive (2003)
* El lenguaje de las flores azules (2009)

Las miradas

Siempre he sido un hombre sensible. Soy de emoción fácil y los ojos me estallan con el ardor de las lágrimas contenidas. Esto me ha ocurrido con mucha frecuencia, pero la vida me hizo duro. Los demás creen que soy un hombre hecho para la acción. He matado algunas veces, no sé cuántas pero fueron varias. Aunque, tal vez no hayan sido tantas, los hechos reales se confunden con los que imagino, paso las noches revisando esas otras noches y las veo siempre diferentes.

Soy una mujer helada, ya no tengo miedo, ni rencor ni odio. Siento algo mucho peor, es una sensación que abarca todas las demás. Inefable y profunda. Lo miro y me parece algo inanimado, lejano, muy remoto en un tiempo que no sé si viví o me lo contaron. Me creo otra para poder vivir ahora, como si hubiera habido noches en que algo salió de mí y quedó mi cuerpo yaciendo en el suelo frío. Mi cuerpo, como un estuche deshabitado.

Mi cabeza es un incendio constante y en las pesadillas las imágenes arden como carbones encendidos. Es mentira que uno no sabe lo que hace, sólo que es imposible explicar la furia que brota de una bestialidad que está dentro de nosotros y la lanzamos hacia fuera, rompemos las paredes con nuestras propias manos. El cuerpo sufre, el estómago se nos mete en las tripas y, cuanto más grande es el dolor físico mas saña ponemos en nuestro trabajo. Somos hombres duros.

Sólo podía mirarlo. Tenía frío. Las paredes estaban húmedas, de los poros del cemento salían flechas heladas. Yo tiritaba, pero me mantenía firme, casi desafiante. Mis ojos eran como escudos potentes y vivos. Lo miraba fijamente. Esa era mi única arma. Adivinaba, con esa intuición poderosísima que sólo se nos otorga antes del fin, que mis ojos tenían cierta potestad que inmovilizaba a mi verdugo. Algo así como el encantamiento de las ratas a las serpientes, que no detiene el impulso letal de los reptiles, pero sí logra aterrarlos antes del salto definitivo.

Vago por esta ciudad con los puños cerrados, siempre preparados para el golpe. Estos golpes inútiles sacuden el impulso feroz que moviliza mi sangre. Mis arterias estallan cada día, dentro de mí hay una guerra constante que me consume. En los momentos de máxima lucha interior, aparecen sus ojos. Entonces mi cabeza se llena de luces, por eso la odié, por esas luces venidas del infierno que perturbaban mi ser hasta hacerme sentir como un desconocido habitando en mi propio cuerpo. Luces perturbadoras que me hacían amarla y odiarla furiosamente. Yo estaba hecho para el odio y ese sentimiento me hacia sentir cómodo, la emoción que me provocaban las chispas malignas de su mirada quebraba un muro desconocido que vivía en mi ser y se interponía entre mi brutalidad y el ansia de retener para siempre esa mirada.

Fue un día del cautiverio al que fui sometida, cuando ocurrió algo que marcó nuestras vidas. Una madrugada de junio el grupo de prisioneros en el que yo estaba , debía dividirse, en un vehículo irían aquellos a los que aguardaba una muerte segura. A él, como joven entre aquellos otros de cuyas sombras vivo asida, le daban los trabajos más rutinarios, menos importantes en aquel rompecabezas infame , donde cada pieza debía ocupar un lugar exacto. Entonces ocurrió aquello que desvió lo que era mi destino. Él cambió una prisionera por otra. Desafió la precisión fiel del juego con sublime inconsciencia, porque él no era valiente, él estaba hipnotizado por mi mirada que le enviaba ordenes a las que no podía resistirse. Simplemente fue así. Otra ocupo mi lugar.

Eso que había hecho hacía que convivieran en mí dos hombres, uno, el que debía ser y otro , el que realmente era. Sabía que estaba viva y debía encontrarla. No conocía el nombre de ninguno de los detenidos y era tan estúpido que no me atreví a emplear formas sutiles de averiguación. Temí que descubrieran mi operación y que la ira de mis superiores cayera sobre mi cabeza. Pasado algún tiempo y cuando la situación parecía aquietarse ; fui asignado a otro lugar de tareas, dónde casi no tenía función alguna.
. Vivía obsesionado por encontrar a esa mujer, mejor dicho a la poseedora de aquellos ojos que busqué inútilmente en cada una; en los ómnibus, los restaurantes, en las mujerzuelas, pero sobre todo en las calles. Vagué por calles desconocidas y mi actitud debió parecer tan extraña que algunas mujeres me miraban temerosas, pero el miedo o el recelo no ponían en ellas las luces diabólicas de unos ojos que conocí tan bien..

Finalmente me encontró y hoy estamos aquí, apoyados sobre una misma almohada. Ambos tenemos los ojos cerrados. Evitamos las palabras la mayor parte del tiempo. No hablamos, cuando queremos comunicarnos, nos miramos. Aprendí de la mirada de él muchas cosas y, él responde a mi mirada dócilmente. Nuestros ojos son la venganza y la redención en este juego cotidiano que teje la trama de nuestras vidas sin retorno. Es un eterno dialogo entre miradas.

Casi olvide las palabras, no las necesito. Vivimos entre fantasmas. Mis pesadillas son cada día más reales; en ellas estoy en una caverna húmeda y maloliente, de sus paredes cuelgan ojos, infinita cantidad de ojos que me miran desde un país helado. Hay lágrimas en algunos de ellos, lágrimas fijas como estalactitas.

Hoy es el día. Lo he estado pensando desde siempre. Me iré. Los hilos que me retienen habré de cortarlos con un solo movimiento. La tijera está afilada. Ya pagué mi deuda, nada le debo. No sé que hará de su vida, tampoco se si gritaré la verdad que conozco para que reciba el castigo merecido por los otros crímenes, por todo aquello… No quiero pensar en mi vida entre aquellas paredes húmedas, con la muerte pendiendo en cada ángulo, en cada madrugada moríamos y cada día de vida nos acercaba más al final.

Se ha ido. Silencio de miradas. Se fue sin cerrar la puerta, quiere asegurarse que la encontrará abierta cuando vuelva. Nunca habrá de irse. Regresará porque no podrá resistir mi persecución. Vivimos en una pecera enorme, flotamos en el líquido de un mismo gran útero y un cordón nos une como gemelos sobrevivientes de una gran tragedia. Flotamos con la libertad que nos imponen las paredes que nos contienen. Su mirada y sus ojos se reflejarán en los míos para recordarme quién soy y esto ocurrirá siempre. Mientras tanto , comenzaré el rastreo, seguiré sus pasos, beberé el perfume de sus huellas, rondaré por todas las calles de la ciudad, tocaré todos los hombros de las transeúntes; hasta que vuelva su cara hacia mí y allí sus ojos me indicarán el fin de mi búsqueda. Ambos regresaremos a la materia primordial que nos sostiene y allí estarán las miradas que nos conceden viajar en un diálogo de sucesivas eternidades.

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