Alejandro Luna

Joven escritor nacido el 16 de Agosto de 1981, en la ciudad de Salta, Capital.
Estudiante avanzado en la carrera de Licenciatura en Letras de la Universidad Nacional de Salta ha participado distintos premios en los géneros poesía y narrativa.
Publicó ensayos de investigación sobre Literatura Clásica, en los libros, “Hic Habitas felicitas” en el año 2006, y en el libro “Miradas... La mujer, lo femenino, y el cuerpo en la antigüedad” en el 2009.
Publicó en noviembre del 2009 el libro de poesía “Sublevación de los Objetos”

El canto de guillote

Revisten grave importancia los descuidos que la empresa E.N.T.E.sa, encargada desde hace dos años de la concesión de aguas públicas, deja ver en reiterados sectores en los que es más difícil el acceso al agua de red potable. Así como se registran en la provincia, al noroeste, el brote de enfermedades estomacales, por la falta de una buena purificación de agua; la muerte también en diciembre del año pasado del niño Guillermo Gutiérrez de 10 años de edad que cayó en un tanque olvidado por la empresa, y los graves inconvenientes que produce un caño roto en la calle Maurici al 822 por la cual los vecinos ya no pueden transitar.
Diario local, 25 del 3 del 2005.


I

Tres pelos de concha tiran más que una yunta de bueyes,
Dicho popular


La Juka era alta, tenía unas piernas que nosotros la veíamos desde un agujero que había en la pieza que daba a la cocina, así que cuando iba conversar con la mamá a la casa, nosotros desenvainábamos las pijas y nos empezábamos a tocar, y el guillote se quedaba calladito y yo le miraba la pija pequeña, luego le miraba las piernas a la Juka, y parece que lo hacía a propósito porque de golpe se rascaba allí en la parte oscura, y con el guillote nos deleitaba ese placer tan grande que nos daba la Juka al tocarse así. Después salíamos y la veíamos en cualquier lado y la seguíamos y ella se daba cuenta, nos decía que éramos unos alzados y se alejaba de nosotros, pero nunca se enojaba, más bien se divertía. Una vez nos dejo que le acariciáramos el cuerpo, y que le tocáramos las partes más salientes. Yo me acuerdo que la vi disfrutar de esas caricias, hasta que de puro tonto le apreté los senos, desesperado, pensando que ella lo disfrutaría más y ella se enojó muchísimo. Nos corrió a golpes a los dos. El guillote me dijo que era muy torpe para ser tan pequeño y que alguna vez me iba a pasar algo si seguía así.
Desde esa vez la Juka ya no quiso que la tocáramos y cada vez que nos acercábamos a ella se alejaba o nos corría a golpes, y el guillote se enojaba porque todo siempre era por culpa mía que nunca tenía cuidado de lo que hacía.

Ese día a la mañana llegó la señora del frente a contarle a la mamá que a la Juka la había agarrado un auto en la calle de los árboles, que por andar en bici sin frenos la había chocado y, que pobrecita porque apenas tenía 20 años y además era muy buenita. Yo lo vi al guillote triste, porque a mi sólo me daba por tocarme cuando la veía entrar a la casa, pero el guillote lloraba algunas noche por ella, porque ella un día le había dicho que él era muy chiquito y que los chiquitos no saben lo que es el amor; que incluso tienen el cuerpo pequeño para hacer eso que a ella le gustaba hacer con el Jaime. El Jaime era el hombre dueño de la casa en la que trabajaba como empleada cuidándole los hijos, y el pobrecito del guillote sentía el amor como un grande, lástima su cuerpo. Me decía a mí si yo pensaba que rezando mucho se le iba a crecer más el cuerpo y si diosito le haría crecer el cuerpo para que el pueda hacer eso con la Juka, pero tenía miedo de rezar porque la mamá decía que esas cochinadas no las quería diosito, y a nosotros nos parecía que ella lo decía de mentirosa, porque una vez cuando estábamos en la casa en la siesta, comenzamos a escuchar como la mamá gritaba, cuando entro el viejo a su pieza y después se quedaron calladitos. Así hacen los que hacen esas cosas. Una vez la perseguimos a la Juka a escondidas y vimos como el señor Jaime le levantaba la pollera y se ponía detrás y la golpeaba con su cuerpo sobre el trasero y hacía que se mueva como un arbusto al que lo latigan, y gritaban los dos, hasta que de repente gritaba él más fuerte un rato y se quedaban calladitos sin saber que decir, rozándose solamente las caras como hacen los perros cuando acarician. Esa vez fue que lo vi más triste que nunca al guillote.

Cuando llegamos al velorio, yo no me acerqué mucho al cajón porque la mamá nos había dicho que a los chicos que se quedan en el cajón se les abre el pecho, que después hay que curarlos porque se mueren, pero aun así el guillote se acercó al cajón y le toco la carita a la Juka, que estaba descolorida como si la hubiese asustado un fantasma, y esa imagen prefiero no guardarla. La Juka tenía una risa que hacía contagiar a todo el mundo, y unos dientes que nadie tenía en el pueblo, porque a todos se les caía temprano y cada cual se comenzaba a reír con los labios duros para que no se les vean los huecos, en cambio la Juka no, ella los tenía completitos, porque agarraba unas cañitas, las masticaba hasta que quedaban peludas y se limpiaba con eso los dientes.
Parece que hasta que llegó la ambulancia a la Juka se le había salido toda la sangre por la cabeza, por eso su mamá le puso un pañuelo atado para que nadie viera cómo le había quedado el agujero en la cabeza. Por ahí se le fue toda la sangre, y como la sangre es la vida se le fue la vida con ella. El guillote estaba triste. Antes de salir de la casa me dijo que la Juka era una chica muy mala, porque a él ya se le habían empezado a crecer los vellos de ahí y, eso significaba que se le empezaría a crecer la pija, porque así le habían contado unos amigos que a ellos primero se les creció el pelo de ahí, y luego un día se levantaron y tenían unas enormes pijas y que las chicas lloraban con sus enormes pijas y, el guillote pensaba que la Juka se había muerto de puro malvada. Yo lo abracé al guillote y el lloró como lloran los niños cuando les pegan. El guillote era raro, porque él lloraba de cosas raras, nunca cuando le pegaban, sino de que a un hombre le hayan pegado en la calle o de que alguien se le moría alguien, y yo nunca entendía bien por qué le pasaba eso al guillote. Yo sólo lloraba cuando el viejo me agarraba de una mano y me levantaba para arriba y sentía como la piel se me rajaba de los cintarazos que me daba, ahí sí que lloraba, el guillote en cambio, lo miraba a los ojos cada vez que el viejo lo levantaba. Creo que hasta sentía un poco de miedo el viejo de la mirada del guillote.

Ver un rastro es un acto de valentía, eso lo digo ahora recién. El guillote ponía los ojos no en las cosas, sino en las huellas que dejaban, se daba cuenta lo importante de las huellas, caminaba y sabía que había estado por la casa el viejo en silencio haciéndonos la guardia para golpearnos antes que llegue la mamá, entonces el guillote decía vamos, vamos rápido, anda el viejo por aquí esperando, y me explicaba cómo el viejo dejaba el pan masticado y tiraba algunas migas medianas del medio del pan bajo la mesa , así que si veíamos eso salíamos corriendo; otras veces el guillote salía de la casa y lloraba porque la Juka había estado con el Jaime, y ella estaba contenta con la cara un poquito colorada, en cambio él, guillote, de cuerpo pequeño, estaba muy triste porque la Juka había traído en la parte de las medias una mancha de pomada, y él decía que era porque don Jaime nunca se sacaba los zapatos ni la ropa para estar con la Juka, porque si llegaba su mujer se tenía que alistar rápido, y por eso le manchaba a veces las medias a la Juka, y el guillote lloraba el muy tonto. Desde que era pequeño miraba todo, y todo era una gran maravilla cuando lo contaba él, era como si de repente el guillote hacía aparecer todo de nuevo, y yo que nunca prestaba atención a nada, de golpe sentía que el guillote estaba inventando las cosas desde cero. A veces caminábamos por el costado del río y él me contaba que los peces son lo más hermosos del río, y que uno no se da cuenta porque sólo les ve el lomo, y que el lomo de los peces es finito, pero que si uno se aguanta el aire y se mete al agua cuando es clara y hay sol, entonces los peces son luminosos, y tienen los ojos abiertos como si miraran, no como cuando ya salen del agua y dan la impresión de que siempre están muertos o asustados. También miraba a los hombres y sabía si eran malos o buenos, porque les veía la ropa y los gestos de las manos y los guiños, y a veces me decía que había que irse a otro lugar porque un hombre había hecho un gesto feo. Yo pensaba que el guillote no era normal, porque tampoco la gente creía que lo fuera, pero yo pensaba que el guillote era salido de un cuento, en cambio la gente pensaba que era malvado porque siempre estaba mirando raro como si planeara algo extraño.

II

El tanque era grande con una escalera alta que llevaba hasta arriba. Cuando lo trajeron los hombres, todos estábamos contentos porque tendríamos agua y ya la mamá no tendría que ir a pedirla a ningún lado, ni nosotros al río para tomar, sólo para jugar a tirarnos agua con el guillote y a ver como se bañaban desnudas algunas tarde nuestras vecinas. Ellas, las muy tontas, se paseaban desnudas porque creían que no había nadie y nosotros nos habíamos escondido en los árboles. Cuando lo pusieron al tanque le echaron agua entre todos y dijeron que primero iban a ver si no se goteaba, y que volverían a los días para ver si estaba bien, pero nunca volvieron y el agua del tanque se fue poniendo verde. Con el guillote siempre íbamos al tanque, y no nos animábamos a meternos hasta que un día el guillote se metió y llegó todo verde a la casa, porque el agua le daba en la cintura, y cuando le tiré la soga fue saliendo y pataleando. Pudo salir a duras penas, entonces el viejo lo agarró y le dio una paliza, para que nunca más se acercara al tanque, porque quien sabe si los hombres volvían a reclamar el tanque y porque lo veían sucio se lo cobraban a él que encima no tenía un peso. El viejo agarró y tiró la soga con la que habíamos bajado arriba del techo de la casa. El guillote se metió en unos yuyarales, donde siempre se escondía y se refregó mucho tiempo las piernas por los cintarazos.

Las lluvias. En ella cantan los sapos, los feos aman la lluvia.

Hay una época del año que todos los días llueve en el pueblo, y la gente sale poco porque sino se moja y era la época más linda del año, porque con el guillote salíamos y nos tirábamos de panza en los charcos de barro, y agarrábamos los sapos que estaban por ahí saltando, a veces yo los apretaba y los sapos abrían la boca grande. Fue hasta que un día el guillote se me tiro encima y me aplastó la panza con el culo, y yo no podía respirar, entonces me preguntó si me gustaba eso. Yo llorando le dije que no, y el respondió que eso sentían los sapos si yo los apretaba o los tiraba contra la pared, y comprendí que el dolor es de todos los bichos, y los pájaros, y los incestos, y nunca más los maté, la vez de la sardina fue porque el viejo me llevó nomás y me dijo que pescara que no sea maricón. Cuando comenzaban las lluvias fuertes, a veces nos asustábamos por los truenos, y en las noches no quedábamos aguardando en la ventana a ver quién de nosotros no se asustaba y resistía frente a la ventana sin hacerse para atrás cuando caiga el rayo, y yo era el que siempre salía rajando a meterme en algún lado, el guillote en cambio se quedaba allí parado. Era como un niño salido de la tierra, se le veía la cara contra la luz, y los ojos blancos le brillaban. Reía, pero no se lo escuchaba porque el ruido del rayo era más fuerte.

En las mañanas las bicis se llenaban de barro y las zapatillas también, por lo que teníamos que limpiarnos con un palito antes de entrar a la casa, el único que no se limpiaba y ensuciaba todo era el viejo que parece que disfrutaba ensuciando, y se sentaba a comer con los pies llenos de barro. En esa época el tanque se empezó a llenar, y nosotros íbamos pero ya no nos metíamos, hasta que el muy tonto del guillote tiró un colgante brilloso que se le había caído a un hombre en el almacén. Como nadie iba al tanque el guillote sabía que era seguro dejarlo ahí, y yo le decía que por qué no lo guardaba en otro lado, a lo que el guillote contestaba que el viejo siempre encuentra de suerte las cosas, hasta las monedas más pequeñas que eran nuestras con las cuales se compraba cigarrillos. La mamá a veces nos daba unas monedas para caramelos y el malvado del viejo, se las fumaba, y nosotros con la cara larga mientras el viejo se reía, y decía ¿yo? La mamá le decía, no le hagás eso a los chicos, cuando sean grandes te van a odiar, pero él se reía y decía que cuando sean grandes van a trabajar y tener su propia plata.
El guillote tenía razón, nadie iba ir al tanque a meterse y nadar para sacar el colgante que él decía le iba a regalar a la Juka para que se enamorase de él. El Jaime le había regalado unos aros que casi ni se veían, y el guillote contaba como la Juka a veces los tenía en las manos y los apretaba fuerte y cerraba los ojos, y decía el guillote que si con esos aros tan pequeños hace la cara así y repite bajito, Jaime, Jaime, con un colgante tan brilloso que tiene además una piedra incrustada en el medio, se va a enamorar mas de mí que de Jaime.
El guillote nunca lo odió al Jaime, era muy inteligente, sabía que el Jaime no tenía la culpa. Un día el guillote me dijo, qué suerte tiene el Jaime, porque ya tiene el cuerpo crecido, por eso la Juka lo prefiere, sólo es suerte, pero algún día la suerte se le va a acabar. Cuando a mí se me crezca el cuerpo, la Juka me va a preferir más a mi ya vas a ver decía. Además el Jaime tiene su mujer, por eso es que la Juka cuando sea mi mujer ya no se va a ir con el Jaime, porque ahora está con él porque no tiene otro hombre con el cuerpo del mismo tamaño, y cuando sea mía, el Jaime se va a tener que quedar tranquilo porque cada cual tendrá su parte.

¿Estas ahí guillote? Entonces ya no se lo escucha, era como esa sardina que una vez pesqué en un dique lleno de lajas, y quedó atrapada allí entre las piedras y su cuerpo rebotaba de un lado al otro de ese pequeño espacio. Encarcelada entre las lajas se quedó y como esa era su única posible libertad la prefirió, así que yo metía la mano y la sardina se resistía a ser agarrada, era como si supiera que su libertad era morir en esa podredumbre, en vez de ser comida por el viejo, porque yo no la comería desde que el guillote me hizo saber que a los bichos les duele. Igual me sentía mal porque yo era el que la había sacado de esa manera fraudulenta del agua donde habitaba y donde brillaba y ya toda hecha de escamas también brillaba en ese hueco, y era la sardina más bella que vi. Y aunque me escondía cuando el viejo salía a pescar, igual me buscaba, y me obligaba a sacarlas y a destriparlas con un cuchillo, y esa vez tampoco la quería matar y la hubiese tirado al agua cuando el viejo no se diera cuenta. Fue de mala suerte que la pobre se cayó en las lajas. Esa noche pensé en la sardina, y en su muerte solitaria entre las rocas y en cómo se les fue apagando la vida en sus ojos que son casi duros como una advertencia, como un foco que se acalla de a poco cuando baja la tensión y quedan opacos sin poder brillar, y fue que pensé en cómo se le iba acabando el aire y sus pequeños pulmones pedían a gritos un poquito nomás, para que pueda un poco de vida en la sangre y en los ojos en esa tremenda oscuridad ¿así le pasó a guillote acaso? ¡guillote! Le grito y no contesta, y ya se cayó desde hace un rato y que no emite ni ruido y a mí me vuelve la imagen de ese pez atrapado y pienso en el pobre del guillote, quién lo manda a meterse ahí. Estábamos tranquilos y se le ocurre meterse en el tanque de agua, y como era confiado se metió nomás y no se dio cuenta de que el tanque era resbaloso como el lomo de una babosa. Ahora no puede salir. Se hunde y el agua lo comienza a cansar. Grita desesperado con las fuerzas que le quedan, y los gritos son parecidos a esos que cuando uno se pone una olla de frente se quedan ahí nomás. Trata de tranquilizarse, pero de qué sirve tranquilizarse si yo no puedo decirle a nadie que se ha caído, y la soga ya se pudrió arriba del techo de tanto que le daba el agua. Además sabíamos que no había que ir al tanque, porque si el viejo se entera nos rompe el espinazo de una patada. Una vez le comimos la comida que había dejado, y nos buscó y primero nos hizo confesarle, manteniéndonos sentados todo el día y gritándonos en la cara ¿quién se comió la comida de cuando vuelvo del trabajo? Y nosotros con el guillote estábamos callados porque éramos cómplices y no decíamos nada. Pero yo fui el que habló primero. El guillote me miró como para matarme, fuimos nosotros los que comimos, dije, porque teníamos hambre y la mamá no venía y ya eran las cinco de la tarde y estaba allí en la mesa. El viejo de un revés me tiró de la silla y lloré del golpe, en cambio cuando ligó el gillote, lloró de pena, de que yo había hablado.
Así era siempre, yo era el que hablaba y el guillote después no me pegaba porque le daba pena de que ya nos habían golpeado a los dos, y él nunca lloraba cuando le pegaban, o si le salían las lágrimas nunca decía nada, y entonces el viejo le decía que acaso se estaba burlando de él. Pero esta vez yo me quedé callado, porque me matarían de verdad, y me preguntaban ¿Dónde está el guillote? Y yo decía que no lo había visto más después de comer, porque yo me fui a jugar solo al río. La mamá lloraba como loca, y el viejo que decía que era callejero nomás, que capaz que anda perdido o se fue a la capital a pasear con algunos de los amigos carreros que tiene, y ya va a volver. Pero el viejo sólo lo decía de maligno, porque la verdad es que el guillote fue por el colgante que había escondido y el que ya ni siquiera tendría brillo de tanto estar hundido. La había escuchado a la madre de la Juka cuando le decía a la mamá ¿sabe? Me perdonará mi hijita que le tiré lo aros del Jaime, pero por culpa de ese la otra andaba como tonta, por eso el auto la atropelló.

Me hice el tonto ¿Dónde esta el guillote? ¿Dónde esta el guillote? Gritan porque ya es muy tarde, y porque ya lo han buscado por todos lados y nada.
Y siempre el guillote se ponía triste porque yo era el que hablaba, pero esa vez me quedé callado, hasta que al tercer día lo encontraron al guillote, hinchado como un globo en el tanque y con un olor horrible.

10 comentarios:

  1. buenisimo, mucho talento loco

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  2. me encanto, pobre gillote.te felicito muy bueno. segui escrbiendo tienes mucho talento

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  3. ese niño es mágico. los dos niños son mágicos, el que muere dan ganas de llorar

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  4. asi, tal parece que se mueren lo que ven más. lindo el cuento, salteño.

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  5. buen manejo de la oralidad. lei poemas de la lcoura, del mismo autor.desde la pampa saludos

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  6. me gusta el estilo, bien ale.

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  7. Leí el Libro de las humillaciones varias, muy bueno, te felicito !!!

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  8. el libro de las humillaciones tiene defectos y virtudes, pero está increíble, espero que se pueda reeditar. yo lo quise regalar a una amiga y ya no hay en salta.

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  9. creo que lejandro luna se perfila como un gran escritor, sólo por antener su sensibilidad a FLOR DE PIEL.

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