Susana Alicia Constanza Rodríguez

Escritora nacida en Córdoba en 1953 y radicada en la ciudad de Salta.
En su adolescencia descubrió a los escritores latinoamericanos. García Márquez, Fuentes, Rulfo, Monterroso, quienes marcaron su formación.
Recibió el título de Master en Semiótica y comunicación por la Pontificia Universidade Católica de Sao Paulo (Brasil).
Enseña Teoría Literaria en la Universidad Nacional de Salta y dicta Seminarios de Cine/Literatura

Cruces en la noche del viernes

Cada uno ve lo que puede
(Tali, en el filme La ciénaga, de Lucrecia Martel)


-Mati, va a estar rebueno ir el viernes. Vienen todos, la Cande, el Juan, el Negro, la Vivi y otros que no conocés. A mi vieja no le cierra la idea pero bueh, quévachaché, se las aguanta la pobre. Dame un toque cuando salgás y te espero en la esquina, si da, ponete la remera que te regalé para tu cumple. Yo, obvio, voy con la verde desteñida y los yins más viejos no sea que de arriba nos larguen una meada los guachos. Apenas termine el partido en la casa del Bomba hacemos una picada y listo. Dale, nos acostamos lo más temprano que quierás y así podés ir al laburo el sábado y no te jode tu viejo. Va a estar grosso, Mati, no jodás, tenés que ir porque vamos todos, boludo!-

*
El viernes llegó porque en la vida llega todo, hasta la muerte. Amaneció lindo, parecía que las nubes se rajaban al norte y quedaba el centro despejado como para que luciera el día de fiesta. Pero estábamos bajo el signo de piscis y el agua no dejó de amenazar, sin concretarse, y a media tarde el cielo ya andaba medio grisote, conservando encerrado un poco de calor en medio de la brisa fresca del casi otoño. A las nueve arrancó la preparatoria para Susi y sus amigos. Tomaron una birras cuando fueron a buscarla, aprovechando que la vieja estaba todavía dando clases. El Negro se trajo al Lucho y a la Meli que no eran del grupo pero quería integrarlos. Tenían planes de armar a la vuelta el circuito como despedida del último año de estar todos juntos, dos o tres se irían al siguiente a Tucson y la barra se reduciría, había que echar sangre nueva al montón. El Lucho y la Mechi estaban medio raros, como si no se animaran a hablar.
El año anterior el Lucho había salido a la Balcarce con el Ñaño y sus amigos y se le ocurrió chorearse una silla quilmes de propaganda que estaba en la esquina de la Necochea para que los otros vieran qué grosso era. Pero no salió bien y los agarraron por culpa del mozo que los botoneó. Los pescaron en el monumento con las birras y les sacudieron dos días de cana. Los amigos del Ñaño quedaron molestos y a pesar de que se inculpó no le dieron más bola. El viejo del Lucho apeló el fallo cosa de joderles la vida a los otros y así fue que se quedó solo, mejor ni encontrarlos. Cuando descubrió la veintidós del viejo se dijo que ya tendría oportunidad de usarla para pegarle un susto a algún banana. A él no lo joderían más, cinco años se pasó en el cole aguantándose la culpa de no vivir en el barrio de arriba.
El Negro le dio la posta: vamos en banda al partido, vení, son todos repiolas. La Mechi se había ido de la casa bien chica, primero vivió con la tía materna y luego se pudo bancar una pieza sola cuando comenzó a trabajar en el súper. Se conocieron con el Lucho un día que los agarró la lluvia en la plaza y los dos se metieron en la recova hasta que amainara. Con vos me animaría, pensó la Mechi, que cultivaba en su cabeza un duro desánimo. A la Mechi no le fue grata la vida familiar, encerrada en un departamento con las tres gatas de sus hermanas, todos los días pensaba escapar, hasta amenazó tirarse de la terraza para decidirlos a los viejos a echarla, así se liberaba y los redimía del plomo de aguantarse en medio de los gritos y las patadas. Tuvo que intervenir la santa de su tía para que el agua no se pudriera y lograra encontrar algo de calma lejos del hogar.

**
El Mati demoró un buen rato, terminaba tarde con la atención del kiosko de ventas. Cuantas más tarjetas vendía mejor la comisión, y estaba juntando para la moto. El próximo año quería irse con la Susi a Cafayate o a Tilcara. Hacía dos años que estaban juntos y tenían ganas de dispararse unos días solos. Estaba un poco cansado ese día, se puso la camiseta de Central que la Su le había conseguido a través de un amigo de su mamá y se la plantó encima de una remera porque había estado parado como seis horas y tenía un poco de frío.
Dale Mati, apurá, le cantó el mensaje, y se lo devolvió con un ya voy. Vamos por la Belgrano, dijo Juan, está mejor para caminar por el tránsito. Finalmente se encontraron todos a la altura de la clínica, a diez cuadras de su destino. Adelante venían los que habían organizado la fiesta, en el medio, cargoseándose de lo lindo la Cande, el Juan, la Vivi y los dos nuevos. A los apurones había llegado el Mati. Cuando vio a Lucho dio un respingo. No le gustaba el pibe, menos verlo envalentonado con la Mechi a la que sí le tenía afecto. Pero se las aguantó. El Juan propuso fumarse uno antes, aún faltaba para que abrieran los portones del club e iban a estar parados al cuete. Al Lucho no le gustó la idea, la Mechi quiso convencerlo y los otros le gritaron cagón de mierda.
Nadie supo en qué momento apareció el arma pero se rieron porque les pareció un juego. Dámela che, que vos no tenés huevos para eso, le gritó el Negro, dicen que dijo. Hubo un forcejeo y de pronto la Susi estaba tirada en la vereda con los ojos abiertos como platos. La Mechi y la Vivi chillaron tan fuerte que el cana de la esquina comenzó a pitear alertando al guardia de la clínica. No supieron en qué momento la Susi fue instalada en una camilla y la subieron al quirófano. El Lucho y los otros vagos, menos el Mati, desaparecieron y las minas quedaron ahí, congeladas de terror.
Al rato que pudieron articular palabra pidieron a la policía que llamara a la madre de la Susi. No pasó una hora y se supo que no siguió a terapia porque se murió en medio de la operación. El Mati estaba desolado y no paraba de llorar cuando vino la vieja de la Susi para retirar el cadáver. La policía comenzó a buscar el arma y al día siguiente cayeron los otros changos. Los interrogaron uno por uno.

***
Han pasado ya dos semanas desde que enterramos a la Susi. El juez de instrucción sólo sacó en claro que el arma era del padre del Lucho y que él la llevaba a la cancha, en un acto de imprudencia total, dijo, podrían haber muerto más inocentes.
No pudimos ponernos de acuerdo sobre lo que pasó la noche del viernes. Yo creo que en el forcejeo el tiro se disparó solo y dio la puta mala suerte de que la Susi estuviera en esa dirección. El Negro dice que él no alcanzó a agarrar la veintidós y que si hubiera sabido que la llevaba ese estúpido lo hubiera recagado a patadas. La Cande y el Juan dicen que ellos estaban atrás y que ni siquiera se dieron cuenta de lo que pasaba y hasta pensaron que se había reventado un neumático en la calle cuando sintieron la explosión.
Central perdió y la fiesta acabó para siempre. El año que viene el Mati y yo nos vamos, si dios quiere, a Tucson. Los demás se quedan aquí pero de seguro que al Lucho no lo invitan más para juntarse. Dicen que a la Mechi le dio una enfermedad nerviosa y quedó medio blanca por partes, pobre, ella sigue jurando que el Lucho es inocente. La vieja de la Susi quedó sola y se llenó de horas en los colegios para soportar su vida. Al Mati le queda el consuelo de que la Susi murió feliz, sin saber qué había pasado, además tuvo un velorio de película porque ella y su mamá tenían muchos amigos, de manera que se llenó la funeraria, aunque la velaron poquito porque los de la judicial demoraron en entregar el cuerpo. Somos nosotros, dice, los que quedamos en ese cruce del camino y me mira fijo mientras lo dice y yo siento que se me estruja el corazón porque voy a hacerme vieja algún día pero la Susi estará siempre igual, en la foto, sonriendo y apurando al Mati para que se largue antes del laburo y venga a la Belgrano para que todos juntos nos vayamos al partido de Central y festejemos la vida, carajo, la vida que nos robó esa puta pistola ese viernes de otoño, a las nueve y media de la noche, a pocos meses de acabar el secundario.

Referencias:
Tucson: por Tucumán, provincia del norte que está más debajo de Salta en el mapa.
Cafayate: ciudad turística de los Valles Calchaquíes, en Salta.
Tilcara: en la provincia de Jujuy, en la zona de la Quebrada de Humahuaca, el lugar preferido por los jóvenes en el verano norteño.

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