Raúl Astorga

Nació en Rosario, provincia de Santa Fe.
Es autor de cuentos, novelas y guiones para video.
Dirigíó videos de ficción.
Se graduó como Técnico Superior en Periodismo.
Participó en talleres de literatura.
Hace Periodismo escribiendo en revistas literarias y colabora en un programa cultural de radio.
Coordinó talleres de escritura y de video durante los últimos años en el Centro Cultural Rosario, un espacio de integración para personas con ganas de crear.
Editó en forma artesanal un C.D. multimedia: “Diez cuentos acerca de mi ciudad” (2008).
Realiza entrevistas en el audioblog “Otro cielo”.
Escribe semanalmente en su blog de crónicas realmente ficticias “Vivo en Rosario”.

-Sigo pensando en su suerte-

Créame que ocurrió ese fin de semana largo. Cuando Gustavo Olfatti aprovechó para reflexionar en torno a lo que era como persona y como laburante. Siempre supo que la vida no es fácil para nadie; pero no dejaba de tener en cuenta que para algunos viene algo así como regalada. Muchas veces, se preguntó si existía la forma de zafar, y otras tantas se respondió que sí. Pero el asunto pasaba por encontrar esa forma.
Cuando conocí a este muchacho, me di cuenta enseguida de que sabía lo que quería; pero no lo conseguía porque una y otra vez se presentaba algún insalvable obstáculo. No hay dudas; no era hombre de buena fortuna. Sí, era un hombre sensible y, además, de mucha inteligencia. Tenía un sueño por cumplir. Quería ser actor. Porque él no le negaba a nadie que deseaba ser famoso. Y estaba harto de la mediocridad, de la falta de dinero, de la rutina laboral, del alquiler de la casa, de no poder comprarse un pantalón, y esas cosas.
A Gustavo lo fue destruyendo como persona ese universo desordenado de transistores desparramados sobre la mesa de trabajo, de televisores baratos que se hacían trizas rápidamente, de equipos de audio muy valiosos que los nenes de mamá castigaban en escandalosos malos usos, de ellos y sus amigotes. Ya no daba para más. Y todo por cuatrocientos pesos mensuales, que los días cinco, con mala cara, le pagaba el dueño del service donde trabajó durante seis años. Desde que se casó.
Porque Gustavo Olfatti era casado. Con una bellísima muchacha que hacía unos años estudiaba Odontología. Y le costaba, porque con lo que ganaba Gustavo no le alcanzaba para los apuntes; menos para libros, imagínese. Sí, la muchacha era de una familia acomodada, pero la desheredaron cuando se puso de novia seriamente con Gustavo. Una injusticia. Porque él era de sentar cabeza, si se lo proponía.
Nunca un pucho; mire que eso de fumar es un presupuesto. Nunca una quiniela. Sólo el encierro de once horas en ese local de la galería del centro. Viendo en los televisores que reparaba cómo desfilaba la farándula… y sin él; sin él.
A Gustavo le quedó grabado, de tanta televisión que consumía, ese periodista que estuvo, no sé cuántos segundos, muerto de muerte clínica. Él se sintió impactado, imagínese. Pero más se conmocionó aquella tarde en que desenvolvió dos baterías nuevas, para un control remoto que debía rearmar. Vio en la lista de best-sellers, del diario que servía de envoltorio, el libro del fulano donde contaba su experiencia en el más allá. Y ahí creyó encontrar lo que venía buscando desde hacía bastante tiempo. Algo que lo hiciera trascender.
Él me dijo que fue un viernes, en ocasión de que su esposa, la bella muchacha desheredada quiero decir, se fue a estudiar con unas compañeras, para rendir un examen atrasado. Una vez solo, en su casa, encendió un pasacintas robado, que Gustavo compró por pocos pesos, casi con algún cargo de conciencia.
Me contó que la voz de la cantante era demasiado perfecta para creer que pertenecía a este mundo. Que era maravilloso oírle una canción de un tal … …
Bacharach, o algo así. La letra, que él sabía repetir, a veces, decía más o menos así:
“Todas las chicas de la ciudad
siguen a tu alrededor,
y me gusta que estén
cerca de vos.”

De pronto, una luz plateada brilló. Y Gustavo vio que la cantante entró en la habitación, y no lo podía creer. Porque él y cualquier entendido en materia de espectáculos sabían que ella había muerto hacía algunos años.
Era como en los sueños, todo transcurría en cámara lenta y siempre casi a punto de desaparecer. Gustavo hacía playback con el equipo de audio; y ella, simplemente… cantaba.
Lo fuerte ocurrió unos minutos después. Cuando Gustavo y la cantante bailaban mejilla a mejilla, entró la bella muchacha desheredada. Imagínese. Al ver la escena, hizo un gesto poco amable, dio media vuelta y cerró de un portazo. Gustavo vio desvanecer ese momento único. La cinta comenzó a patinar hasta que se enredó en el rodillo y dejó de oírse, como adhiriendo a la situación. Luego, lo fueron a buscar por orden de su esposa y se lo llevaron. Mejor dicho, lo trajeron.
Yo conocí a Gustavo cuando la idea de publicar el libro sobre su experiencia sobrenatural había tomado cuerpo, verdaderamente. Eran pocas las páginas en blanco que quedaban por llenar, y él me confió que ya tenía editor. Lo vi demasiado entusiasmado como para creerle. Vio cómo son estos lugares. Está repleto de mentirosos. Eso sí, yo a Gustavo siempre lo respeté. Porque era un hombre que sabía lo que quería…, y hoy en este mundo vertiginoso, no es fácil saber lo que se quiere.
Una pena que lo hayan trasladado. A Gustavo, digo. No me acuerdo cuándo, pero… una pena. Yo todavía sigo pensando en su suerte.
Aún no me dijo su nombre, señor periodista. Qué extraño que el director de su diario lo mande a hablar conmigo. ¿Cree que figuro en un libro? ¡Nooo! Está equivocado. Si yo, hace más de veinte años que vivo encerrado entre estas cuatro paredes blancas.

(Este cuento fue terminado en enero de 1996. En febrero del mismo año se escribió un guión que derivó en el corto homónimo que dirigió el mismo autor y que fue estrenado en la televisión argentina, en el canal Red de Noticias, en el programa “Luz, cámara, red”, Buenos Aires, septiembre de 1997)

2 comentarios:

  1. Querido Raúl:
    Una grata sorpresa leerte.
    Mi cariño
    Analía

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  2. Muy lindo es leerte. Justamente estaba buscando algun alquiler casas en rosario y me tope con un oriunda de esa maravillosa ciudad. Ojala que la cultura rosarina me guste tanto como leerte

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