Héctor David Gatica

Nació en Villa Nidia, provincia de La Rioja, en 1935.
Fue Director General de Cultura de la Provincia de La Rioja

Libros editados:
* Memoria de los Llanos (1961)
* Los días insólitos (1986)
* Los días del amor (1988)
* El canto de las manos (1988)
* País desvelado (1988)
* Mapa de la poesía riojana (1989)
* Los fundadores del olvido (1990)
* Diarios desde Villa Nidia (1990)
* El libro de la Cantata Riojana (2002)
* Obras Completas (2003)
* Integración Cultural Riojana I, II, II y IV (2001 a 2004)
* Nuevo mapa de la poesía riojana (2005)
* El canto del canario (2007)
* La carpeta vacía (2007)
* El viaje (2009).

La muerte del poeta

No supimos descifrar su mensaje cuando nos llegó aquella tarde de fin de año en forma de saludo navideño, porque sólo él estaba en el secreto, él y su médico: Tenía cáncer.

"Que ningún dolor sea tan grande
que toda alegría sea tan fuerte
para que nuestra sangre demande
alegría para vencer la muerte".


Desde ese momento comenzó a valorar la vida que otrora derramó a baldazos. Hasta entonces no le importó, o quizás le importó demasiado.
Escribía poesías hermosas y nunca las valoró, aprendió una y esa sola la decía, toda vez que en una reunión le pedían que recitara algo suyo, las restantes no contaban.
Los amigos debieron ocuparse en editarle; recién entonces, y quizás porque casi junto con el libro se le vino la enfermedad, valoró también su obra poética y empezó a preocuparse seriamente por ella, a regalar libros y a tratar de encontrar poesías sueltas para dar vida a otro volumen, las reunía como quien anda juntando hijos naturales desparramados por ahí, para darles a último momento la herencia de su apellido, reconociéndolos, como se dice en estos casos.
Su dominio era grande sobre la literatura universal y la matemática, tanto como sobre la noche, el vino y las mujeres.
No tengo colesterol ni úrea ni ninguna de esas malas compañías y venirme a joder esta macanita, esta pavada de enfermedad.
Tampoco a ella le hizo caso los primeros meses; pero el cáncer no lo esperó, como sus pacientes poesías. Y sólo se hizo presente ante el facultativo cuando se le comenzó a hinchar el tumor en un lado de la cara. No permitió que ni su mujer entrara en el consultorio no me ande con vueltas ni macanas doctor y dígame la verdad y la verdad le fue dicha.
El cuento de la operación no era más que para engañar a los otros. Lo de los tratamientos milagrosos, también. Cáncer de tal por cual se cree que me va a ganar; dijo aquella vez que casi se fue en sangre.
Se le rindieron varios homenajes y a todos asistió ¿Sienten ese olor a muerto? ¡Coman acá que me voy a morir!
Y se lo vio en los bares pasar al lado de las mesas como un cadáver andante; por las calles, al entrarse el sol, como una sombra doliente, fantasmal; o ir al trabajo aunque fuere unos minutos.
Sabiendo que a la muerte la tenía encima, emprendió cosas que daban la impresión de que pensaba en términos de futuro lejano:
Viajó a Bs. As. para hacerle poner, por su autor, la firma borrada de una pintura prestigiosa; al pequeño unicornio azul que le regaló un ceramista amigo lo mandó colocar dentro de una humita de cristal y hasta se encargó de hacer arreglar la camioneta. Los pasos se le fueron acortando cada vez más hasta que ya no pudo salir a la calle.
Después, tampoco aguantó permanecer en la reposera en un rincón. Debió reducirse a la cama.
El cáncer le fue comiendo las cuerdas vocales, por eso utilizaba una campanita para llamar a los suyos, y acaso los recuerdos de su infancia de Pozo Largo también acudían al tintineo del bronce. Desde el lecho, dictaba poesías y pedía que le leyesen cuentos.
Hizo escribir una carta con su mujer, solicitándole a un amigo escritor que le juntara sus trabajos desperdigados, pues a él ya le quedaban muy pocos días que deshojar del almanaque. Cuando terminó de dictarla se abrazó largamente a su compañera. Se estaba despidiendo de ella en ese momento. De ella y de la poesía.
Se fue deteriorando cada vez más. La cama matrimonial le quedaba muy grande y costaba encontrarlo cuando uno entraba en penumbras. Se iba achicando desde fuera, porque hacia adentro se agrandaba. ¡Cómo creció el poeta los últimos meses! Su serenidad, las bromas, la aceptación total, sin reparos, como diciendo estoy por sobre de la muerte, más allá de la humillación y su lástima. Y si por ahí el peso de la enfermedad, de la crueldad de la vida, que parecía decirle, en el tono de una lección final, "mira a lo que han quedado reducidas tus jactancias", le doblegaba la cabeza bajándosela hasta las rodillas, remedando un feto, pronto reaccionaba y volvía a su entereza.
De todas maneras los amigos ya nos habíamos acostumbrado a esa especie de evaporación lenta, continua, primero al verlo en paso de fantasma por las calles y los bares, después en la cama.
Ahí sí que supimos que no moriría nunca así de golpe, que se iría consumiendo como un pan de alcanfor, como una vela hasta quedar la última llamita parpadeando, un perfume flotando impalpable.
Ser sólo poesía, la esencia de la poesía.
Por eso no nos sorprendía verlo cada día más pequeño, lenta mente esfumándose hasta ser con el tiempo -lo suponíamos- una "memoria", el "huésped" de una memoria.
El quería seguir estando entre nosotros, en esta ciudad de sus andanzas infatigables; continuar concurriendo a las reuniones de canto, poesía y cuento del grupo "La Algarroba"; recordando a "Galibar", esa antorcha cultural del noroeste argentino de la cual fuera parte fundadora. Y sentarse en el bar con los amigos desvelándose hasta el alba, por si acaso la noche le entregaba un lucero... con faldas.
Por eso fue que se decidió aquel mediodía de enero y dio indicaciones: Que en vez de coronas de flores para el muerto, mandaran cuadernos y lápices a esas escuelitas del interior que tanto quiso, lo sepultaran bajo tierra junto a un algarrobo, le tiraran tres rosas y que los amigos llevaran la guitarra a su entierro y le cantaran.
Le costó hacerse entender pues las palabras ya no le salían.
A continuación hizo llamar a toda la familia, miró en silencio, largamente a sus hijas amadas, con la misma ternura nostálgica con que tino su poesía, a su fiel mujer - "cuando me pides que te recuerde/ prefiero inventarte cada día/ para que no seas/ una pobre huésped más de mi memoria"- y cerrando los ojos, sin un movimiento, dejó que la copla popular, con toda su potencia, hablara por él que se había quedado sin voz:

"Como un animal voraz
la muerte me anda siguiendo
le voy a entregar mi cuerpo
y voy a seguir viviendo".

1 comentario:

  1. Querido, querido David, feñiz de encontrate en el espacio, gracias a N Segades. Estoy en deuda contigo. Como siemptrun placer leerte, amigo.
    AMELIA AREllano

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