Gabriel impaglione

Poeta, periodista y escritor nacido en Morón, provincia de Buenos Aires.

Libros publicados:
* Echarle pájaros al Mundo(poesía, Ediciones Panorama- BsAs- 1994)
* Breviario de Cartografía Mágica(poesía, El Taller del Poeta- Galicia- 2002)
* Poemas Quietos(Antol. Editorial Mizares- Barcelona- 2002)
* Otras explicaciones (bilingüe)-Poesía-Editado en España y México (2009)
* Medanales: crónicas y desmemorias-Narrativa-Buenos Aires, 2009

Libros de próxima aparición:
* Giovannía (poesia)
* Parte de guerra y otras anotaciones (poesía)
* Medanales: nuevas crónicas (narrativa)
* Cuentos de arqueros (narrativa)

Después del después

Lapidario Guzmán ni abrió la boca. La noche se hizo un muro sin límites alrededor y si algo hubiera sucedido luego, no sé, no quiero ni imaginármelo, pero... una gota del vaso de Sisemio, por ejemplo, deslizando su azafrán hasta la tierra, o el aliento haciéndose espada en el aire, el tiempo -- ese frágil soplo a veces-- se habría partido en tantos infinitos paisajes, que hoy la historia sería diferente.

Los jueves a la tarde vestía su guardapolvo azul y entraba al galpón de las estrufallas. Encendía la luz negra y se dejaba llevar por el largo corredor mirando una a una las celdas pequeñas y malolientes.
En el final del húmedo pasillo una enorme biblioteca desierta custodiaba el escritorio de metal sobre el que se apilaban carpetas, cartuchos del 14 y la tímida constelación de botones rojos del tablero de seguridad de las jaulas.
Sentado, reposaba las piernas en una pequeña banqueta azul mientras afuera la noche comenzaba lentamente su gobierno implacable. Así sus cuatro noches mensuales, percibiendo el seseo de los machos dormidos, el áspero roce de las patas escamosas en los acorazados cuerpos.

Cada tanto una luméndrola trazaba su hilo de baba fosforescente en la sombra y al segundo, inexorablemente, el chasquido, un gemido después casi imperceptible, y más tarde el sordo estertor del final. Y las endiabladas mandíbulas de alguna estrufalla rechinando en el saboreo agridulce, bañadas de cierta baba brillante que se evaporaba de a poco hasta no ser sino una sombra más en el sopor de la oscuridad.
La rutina de los jueves por la noche. Gino intentó cierta vez combatir la elástica constitución de las horas instalando un pequeño televisor en el escritorio. A la mañana siguiente lo encontraron paralizado, casi verde, con los ojos desorbitados y extrañas palabras inconclusas prendidas de la boca.

Se lo anticiparon, pero él no entendía mucho de esas cosas. Pensó que sólo eran justificativos para exigirle más y más atención, para tenerlo en un filo de tensión casi insoportable. No fue capaz, en su ceguera, de entender porqué las guardias un día a la semana, y que cada noche otro como él cumpliera la tediosa rutina de esperar el amanecer detrás del escritorio, en la oscuridad, en completo silencio, con una escopeta de dos caños siempre a mano y el inyectable de efecto súbito para estirar por unas horas sus posibilidades de supervivencia. “Rayos catódicos, rayos ultravioletas, luz intensa: peligro inminente” le habían repetido varias veces aquella primera noche.

Cuando entonces le preguntaron por su experiencia, la rica historia de Gino en los suburbios abandonados, sus andanzas por los graves galpones del ferrocarril y la derruida zona industrial bastaron para ganarse el puesto.

Otros tiempos. Las estrufallas no habían evolucionado todavía, se arrastraban como babosas gigantes por los ángulos sombríos, cazando luméndrolas y pequeños escorpiones de aceite, y nada hacía prever que la nueva especie alcanzara semejante desarrollo. La mutación, repetía casi kafkianamente un viejo profesor universitario de Biología.
Gino no entendía de mutaciones, nuevas especies, apocalipsis y largas caravanas de sobrevivientes hundiéndose en el sur ignoto, y ya de tan depredado casi inhabitable.
Él se había negado a abandonar su territorio, su vastedad de rincones, la intrincada red de pasadizos y refugios. Después de aquella luz enceguecedora y el viento de piedra que arrasó los primeros barrios, luego de la nieve roja cuando ya todos los rumores habían sucumbido, su piel de rabiosa corteza era suficiente protección ante mordeduras de frío y alimañas.
Con las semanas adquirió un sentido auditivo envidiable para captar el mínimo roce de una presa sobre cualquier superficie. Luego le llegó como un don maravilloso el olfato más agudo, bestial, exacto que pueda imaginarse.
Mientras todo parecía suspendido en el tiempo, e iban y venían hombres embutidos en trajes especiales, Gino perseguía su almuerzo mirando a la distancia a los grupos empeñados en la reconstrucción de lo posible.
Fue acercándose de a poco, hasta que alguien ganó su confianza, y luego otro, y terminó colaborando en un escuadrón de gente como él, hechos a las nuevas circunstancias.

La primera estrufalla evolucionada lo acorraló una mañana en un corredor de la Superintendencia del Ambiente, donde desmontaban artefactos eléctricos. Alcanzó a hundirle un destornillador en el pecho antes que la bestia le llegara al cuello. Allí supo que la historia no sería la misma.

Entonces, durante las guardias, muy luego, cuando aquel contrato, la escopeta de dos caños estaba siempre a mano.
Pero no entendía demasiado. No alcanzaba a comprender el porqué de las celdas, la obsesión imbécil de mantener vivos los últimos ejemplares de la especie.

En lo que fue el centro de la ciudad el vértigo de los andamios aceleraba día y noche la nueva geografía. Dentro del perímetro enrejado crecían jaulas gigantescas y laberínticas galerías cerradas. En uno de los pabellones se expondrían las bestias, detrás de triples cristales de máxima seguridad.

Él no entendía ciertas cosas.
Fue un jueves, tal vez entre sueños avanzada la noche, de una fosforescencia a otra en el galpón a oscuras. Comenzó a verse estrufalla, último eslabón de la evolución mutante, fiera descompuesta en tantas otras versiones cada vez más monstruosas.
Y un relámpago de idea que lo fulminó detrás del escritorio, con las piernas abatidas en la banqueta azul y todos esos cartuchos del 14 frente a las narices.
Rascó la piel casi fósil de su mano izquierda y encendió todas las lámparas.
Un gemido, primero, después el creciente bramido de las criaturas que lo empujó a la escopeta.
Pulsó la cerradura electrónica de cada una de las celdas desde el tablero del escritorio y esperó, con la vista en ningún lugar, el rumor compacto de las pisadas sobre el pasillo.

Fue la lucha por una luméndrola, el forcejeo silencioso, un estampido luego. Y la boca chorreándole una baba fosforescente.
Más tarde otro silencio, diverso, espeso, maloliente, niebla en el galpón vacío, alrededor de las huellas compactas perdiéndose en la noche.
Tal vez como una lenta caravana de sombras inexplicables siguiendo a respetuosa distancia al macho alfa de brazo armado.
Y muy después los gritos entre quejidos y plegarias, lejos, por los andamios.
Lapidario, Sisemio y los otros dos operarios de la grúa, casi sin respirar, vieron la carnicería desde la altura. Esperaron tres días entre una nube de carroñeros y todos los inexplicables porqué a mansalva. Fue Lapidario quien les narró la historia de la hecatombe a los tres jóvenes aterrorizados.
Lapidario fue memoria de una humanidad arrasada lentamente, gota a gota cayendo a los cursos de agua desde los tubos del apocalipsis. Y después la bomba... y después....

La patrulla allá abajo les dio coraje para descender a lo que quedaba del infierno.

3 comentarios:

  1. ximena gautier greve7 de abril de 2010, 16:22

    Una pluma sin concesiones. Un placer de lectura inimaginado. Rápido, conciso, estricta sugestión de las percepciones del lector. . Felicito a Impaglione por este acierto.
    Ximena Gautier Greve.

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  2. Gabriel es un placer leer este relato sugestivo y misterioso. Las aparentes acciones rutinarias y aburridas nos llevan a un horror en sordina. Por otra parte esas estrufallas y luméndrolas nos remiten la creación de seres tan imaginarios comos los cronopios y famas, pero para el lector tan reales como el talento de este escritor.

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  3. GABRIEL: TU RELATO TAN CREATIVO ME LLEVÓ POR UN MOMENTO A ESE MUNDO FICCIONADO ALEJÁNDOME DE LA REALIDAD ¡GENIAL!IMPECABLE TU ESCRITURA . ALICE FERREYRA

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