Damián Bruno Berón

Nacido en Alto Verde, provincia de Santa Fe, en 1948; reside en Chubut desde 1977.
Escritor, poeta y conferencista de temas turísticos y literarios patagónicos. Fue Director de Cultura de Puerto. Madryn, Comodoro Rivadavia y El Bolsón, Subsecretario de Cultura en la provincia de Chubut y miembro de Directorio del Fondo Nacional de las Artes en Bs. Aires.

Libros publicados:
No me pregunte por qué (1981/83), Ediciones a Pulmón Patagónico
Recuperar la palabra (1984), Ediciones de la Dirección de Cultura del Chubut
Patagonia: hasta la última lucidez del equilibrio- Grupos de Amigos del Libro Patagónico.
Bolsoneros, cuenteros y verseros, en coautoría

Cuando las quijadas

Lo retó fuerte porque consideró que él, había bebido algo más que lo habitual para un viernes. La costumbre masculina era un poco de alcohol sólo al caer el sol de ese día y hasta el almuerzo del domingo siguiente; es decir, media botella de borgoña o cavernet – sauvignon o algo de cerveza, siempre con las comidas. En el resto de la semana, nada. Pero, esa noche bebió además una copa de cassis como lo hacen los franceses, con dos medidas de vino blanco seco. Para ella, había sido demasiado, casi un desacato, ya que él sentía una alegría inusual al mirar televisión y pasó largo rato protestando, remarcando la actitud descomedidamente jovial de su marido. Entre disculpas pedidas y respuestas negadas, se fueron a la cama en ese agobio de la convivencia que podía traer consecuencias. Se despidieron sin tocarse y la cama tuvo un crujido leve al darse vuelta hacia la ventana. Él, se imaginó secretamente, que estaba libre, rehaciendo su vida con otra mujer y en otro paisaje. No en la montaña. Bien lejos del pueblo donde había vivido los últimos años. Pensar en el silencio de la mañana, siempre había sido una manera de conjurar el momento agrio, porque… arreglo para esta situación, era improbable. Ya conocía lo que era habitual. Enojo, retiro de saludo, los cuerpos de un lado al otro, evitándose. Desamor, a pesar de la comida a horario pero en un ensimismamiento que conocía desde hacía mucho.

Él se levantó antes del amanecer y tomó el desayuno en solitario. Ella dormía apaciblemente. Así la vio, antes de ir hasta su mesa de trabajo. Lindo mueble me salió, se dijo, mientras evocaba la recuperación de una madera de otro trabajo y la construcción de su escritorio. Sintió cierta satisfacción.
Al sentarse, tuvo esa pequeña angustia de lo irrecuperable y no quiso penar por anticipado. Ella aún no se levantaría. Se despojó del tema para sumirse en las páginas de Internet. La computadora te otorgaba la independencia y aislamiento de los momentos duros.
De pronto, cual si un tren estuviese por pasar a través de su casa, escuchó nítido el sonido y el movimiento de algo que se desacomoda. Tren no, aquí nunca los hubo.
Sonó estrepitosamente. Pensó que un camión de gran porte estaba avanzando pesadamente por la esquina cercana, donde el pedregullo se resentía hasta el quejido sordo; sobrepasando a esa imagen para llevarla a un trueno creciente en el interior de la tierra. El sismo fue de gran conmoción y sorpresa.
Una madera semi-desclavada en el exterior se movió, amenazando con caerse y la lámpara redonda de opalina osciló hasta tocar el cielorraso. Una energía semejante a una tremenda corriente eléctrica por lo sujetadora y poderosa, se hizo sentir por debajo de las piernas, mientras, sentad, el hombre maduro se agarraba de los apoyabrazos de su sillón de varillas y respaldo alto en la estrechez de la biblioteca de su casa. La pinotea del piso pareció ondularse y a pesar de que un mareo repentino lo balanceó; atinó a caminar con los brazos extendidos para mantener el equilibrio y vio, asombrado, que un resoplido desde el interior de la chimenea de piedra, sacaba hacia la sala una bocanada de humo por las cenizas del día anterior. Se dirigió al dormitorio. Le pareció que amainaba. Esto lo dejó confuso e inestable.
- ¡Ay!, ¿¿¿sentiste???- le inquirió ella despertada por el evento. - Ay, mi amor… siguió a medio gritar cuando las quijadas le sonaron al entrechocarse. Extendió los brazos pidiendo amparo. Él se olvidó de cualquier cosa y se acercó presuroso.
Se abrazaron, en una reconciliación malsana.

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