Amelia Arellano

Nació y vive en San Luis.
Es Licenciada en Psicología y Psicóloga Social, pero fundamentalmente: poeta.
Ha colaborado con artículos de crítica social y cultura en revistas y periódicos locales y nacionales y público también cuentos, poemas y ensayos en Antologías.
De niña se encuentra con la literatura, con la pasión de escribir poemas.
Ha ganado premios nacionales y provinciales.
Se identifica con los movimientos de la cultura popular y cree firmemente en la emergencia de nuevas generaciones que refuercen y den sentido a la identidad latinoamericana.
Su primer libro publicado lleva el nombre de Pequeño Universo de San Luis, lo hizo a través de la ayuda del Fondo Editorial Sanluiseño.

Cuando florezcan las madreselvas

La Juana mira la tierra yerma, conjugación de pajas, lagartijas y piedras. La Juana… ¿La Juana qué?... Solo la Juana.
En este lugar las mujeres adquieren identidad y significación por el hombre: La hija de don Braulio, La Negra del Juan, La viuda de Jacinto. La mujer del Lucio. La madre del Tito. La señora de don Alberto. La mujer “es” en función del hombre.
Las mujeres de estas serranías también le pertenecen a la tierra: La Juana de la loma, la Juana de la Quebrada, la Juana del talar. Pareciera que en estos parajes las mujeres no piensan , no sienten, solo hacen: La Juana que hace tortas, la Juana que cuida cabras, la Juana que vende quesillos, la Juana – que como un hombre – cuchillo en mano peleó con un león.
La Juana… La Juana de nadie, la Juana de los jarillales, la Juana pródiga como la tierra que cuando la fecundan florece en retoños. Especie de hembras sin macho. Su madre no tuvo hombre, su abuela tampoco. La palabra padre parece haber desaparecido de sus vidas. Todas las mujeres de la familia tuvieron “chancletas” menos ella que lo tuvo al Pedro. Crecieron desconfiadas hacia los hombres, el político, el bolichero, el patrón; ni en los curas confiaban. No eran religiosas pero eran mujeres de profunda fe, en la vida, en la naturaleza, en ellas mismas. Rezaban a su modo y tenían sus propias prácticas religiosas: “cortar el granizo” con un cuchillo, con una cruz de sal, exorcizar el “mal de ojo” o la envidia, matar una víbora en semana santa, hacer la señal de la cruz al mate, pedir la bendición, hablar con Dios antes de acostarse. Con respecto a la salud, tenían la misma concepción: todas las mujeres parían en la casa. Para los problemas de salud acudían a la generosidad de la naturaleza, mastuerzo, para la tos. Gárgaras de llantén para el dolor de garganta. Hierba del venado para los problemas renales. Carqueja y ajenjo para el hígado. Hierbas diversas para la digestión: peperina, poleo, menta, cedrón. Usillo para el corazón. Hierba de pollo para el empacho. Sen para la constipación. Palan-palán para las quemaduras y heridas diversas. El ajo tenía usos diversos, podía servir para la presión, para la indigestión. Curaban el empacho, ya sea con la cinta o tirando el cuerito.
Iban pasando estos conocimientos de generación en generación: Leche de burra para la tos convulsa, baños de agua de romero para contrarrestar los males. También predecían el tiempo por el cielo, las nubes, los animales domésticos, los pájaros, de ese modo tomaban sus recaudos.
Tenían sus propias prácticas de medicina veterinaria: Curar de la mancha, de la sarna, del “embichamiento” de las pezuñas. La Juana sorbe los mates en silencio. ¿Para qué hablar sola?
En la noche estrellada, sentada al amparo de un algarrobo añoso, mira la cruz del sur, las siete cabrillas. Las tres marías… y piensa… y recuerda.
¿Recuerda o es su sangre india que surge a borbotones como un oasis y que en el desierto de su soledad, necesita un escape y este escape toma la forma de recuerdos? Viene a su memoria una presencia amada: su abuela. La abuela María, de inconfundibles raíces indias, su larga trenza renegrida que era una delicia ver como se extendía en dos negras cascadas sobre su espalda.
Su cara, que semejaba la tierra recién arada, con huellas profundas, oscuras, perfumadas.
Su regazo tibio en donde ella apoyaba su cabeza confiadamente…y su olor… Ah… su olor, a chilca, a romero a lana de oveja. La imagen de la abuela toma forma y presencia vívida. Le parece verla debajo de la ramada tendiendo los quesillos de cabra.
Sus pasos ágiles y livianos denunciaban sus dotes de bailarina. De cuecas saltaditas, de zambas. Se recuerda a si misma sentadita en el umbral mirando los pies de su abuela que parecían pájaros.
Tiene un difuso recuerdo de su madre muerta, ella tendrá cinco o seis años. Fue allí cuando vino una persona del gobierno:
“Que era una anciana muy mayor para hacerse cargo de la niña.”
“Que la niña necesita un hogar… que no hay agua corriente… que no hay baño...”
La respuesta presta, rotunda y contundente no se hizo esperar:
“Agua hay y más limpia que la de ustedes - y, señalando los gatos que dormían en el fogón - Tampoco ellos tienen baño y son mas limpios que muchos cristianos.”
El vuelo raudo de una estrella fugaz la trae a la realidad y el recuerdo se hace deseo y urgencia
¿Abuela, donde estás? ¡Te quiero ahora aquí, conmigo! ¿Desde esa estrella lo estarás mirando al Pedro? ¿Le habrán entregado los guantes tejidos con lana de oveja?
Dicen que hace mucho frío allá. Que lo llevaron a defender la patria. El maestro del pueblo quiso tramitarle la excepción -hijo único de madre sola- pero el Pedro no quiso.
Aun resuenan en sus oídos el rasgueo de la guitarra y la copla preferida del Pedro:
“Primero la Patria / Primero el honor / Después de la patria / Guitarra y mujer”
La Patria… La Juana tiene la imagen de la Patria que sale en los libros de lectura del Pedro, una señora, con vestido largo, con un gorro en la cabeza y descalza.
“Se me ocurre que a esa señora no le sería fácil trepar lomas, entre pencas y pajas:”
No entiende muy bien eso de que el Pedro está defendiendo la Patria, debe ser porque es muy burra. Ya lo decía su madrina:
“Esas manos no sirven para escribir sino para hacer tortas”
Cuanta razón tenía la madrina. Legó hasta 2º grado.
Recién empezó a escribir cuando lo hizo el Pedro. Para las cuentas si que era buena, nadie la jodía, ni en el boliche, ni con el precio de los cabritos o huevos.Se decía a si misma “hormiga obrera” y ríe ante el recuerdo ya que el Pedro le contestaba:
“Si, por lo negra y chiquita”
El término lo sacó de un diario que servía de envoltura de los jabones y que el Pedro recortó y lo pegó sobre un almanaque viejo que colgaba de la pared. El texto decía:
“En un hormiguero bien organizado, las hormigas reinas son pocas y las hormigas obreras muchísimas. Las reinas nacen con alas y pueden hacer el amor. Las obreras, que no vuelan ni aman, trabajan para las reinas... Los zánganos…“Y el texto se interrumpía por que faltaba un pedazo de papel. Ella una sola vez fue reina, pero había nacido para obrera. Pensó en voz alta:
“Tampoco quiero zánganos en la casa.” “El Pedro si que me salió inteligente”
Sus ojos se iluminan como carbones, “él si, llegó a 7º grado y ¡hasta llevó la bandera!”
En lo más recóndito de su corazón sabe que salió a “él” ¿Cómo olvidar esos ojos negros con un fondo de cielo azul? Con orgullo que da poder, piensa que es la única poseedora del secreto: Ni el mismo sabe que es su padre. El Pedro nunca peguntó. Nunca la cuestionó.
Se da cuenta que ha anochecido y no ha entregado los cabritos, ni levantado los huevos de las gallinas. Tenía que hacerlo si o si sino los zorros se apropiaban del producto.
Camina con prisa hacia lugares que conoce solo ella: Entre los pajonales, detrás de las casas, debajo de un viejo carro que sirve de gallinero, en el hueco de un viejo horcón, en una caja de cartón, dentro del galpón. Coloca cuidadosamente los huevos en su delantal, convertido en improvisado cesto y se dirige al rancho. Guarda los huevos en un tarro y regresa al exterior.
La luna alumbra tanto que proyecta sombras a su paso… como fantasmas. Fantasmas lunares que ella conoce y no teme. Sí, en cambio, otros que rondan por su cabeza. Mueve la cabeza como para deshacerse de los pensamientos molestos. Mira la luna y recuerda su infancia y en ella la luna con la virgen, el niño Jesús y el burrito.
Entrega los cabritos a las madres, estos se reconocen y se buscan mutuamente, un coro de balidos quiebra el silencio de la noche. La soledad del monte pesa y sin el Pedro mucho más. Es mas hondo el silencio en las quebradas y la casa cruje por el viento sur.
Sola como los cerros, como el arroyo, o como esa lechuza que siempre está parada en el poste del alambrado. Dicen que la lechuzas tren mala suerte. Ella no lo piensa así, esa lechuza ha pasado a ser parte de su vida, como el monte, el viento, los alambrados.
La detiene el piar desesperado de un pichoncito que ha caído de su nido, lo levanta, lo acaricia y lo coloca en su nido de ramitas secas. Allí se da cuenta que no está sola, que no están solos. Ellos pertenecen al monte pero este también les pertenece. Además esta toda su gente, por ejemplo ahora que no está el Pedro, las compras en el pueblo se las hacen ellos. La Juana baja solo dos veces al año al pueblo: en fiestas del santo Patrono y el “día de ánimas”, el dos de noviembre.
Entra al cuarto que sirve de cocina, toma un tarro que hace las veces de balde y llena otro tarro que está en una hornalla de la cocina “económica” que tiene en la puerta de hierro una inscripción: BEUTIN. En la otra hornalla, una pava ennegrecida con agua hirviendo, cuya tapa tintinea.
Corre una gallina rezagada, dormida en la rústica mesa de madera.
Prepara el mate, saca un pedazo de pan de una caja de madera. Esa es su cena.
No ha prendido el mechero, el vislumbre del fuego ardiendo le permite moverse con comodidad. Cubre el fuego con ceniza. No cierra la puerta de tablones cruzados ¿Qué podrían robarle a ella?
Cruza un patio de tierra y se encamina a la “pieza” que le sirve de dormitorio y de comedor.
Una idea le machaca la cabeza ¡No hay caso! No entiende porque el Pedro se fue tan lejos a defender la patria.
Prende una vela, busca con dificultad un ajado diccionario que le regaló una maestra, por fin encuentra “Patria: lugar, país, tierra donde se vive”
¿Qué tierra tiene que defender el Pedro si ellos nunca la tuvieron? Siempre ha vivido en esa casa, allí nació su madre, ella y después el Pedro. No hay papeles. Tierras fiscales dice el maestro. Deja el diccionario, mientras dice moviendo la cabeza “Bah, hay tantas cosas que no entiendo”
Se desviste sin prisa, se deja abrazar por la manta tejida por su abuela y reza…Reza como ella sabe hacerlo…Pide por el Pedro. Le pide a la santísima virgen que interceda. Reza en silencio. Con su cuerpo, con su sangre, con su corazón. Todo un rezo la Juana.
Afuera los rayos de luna intentan atravesar los espacios que dejan las tablas de la ventana. No sabe que hora es cuando se duerme .Al día siguiente se levanta apenas clarea.
Lo primero que hace es traer una vieja radio a pilas y colgarla de una rama del tala.
Se asea en el patio en una vieja palangana de aluminio, el agua helada pone colores en su cara morena. Toma un peine que saca de una cola de caballo, disecada y muy brillante, peina su cabello. Se hace una gruesa trenza y con la misma un rodete que sostiene con horquillas.
Entra en la cocina, separa la ceniza, coloca unas ramitas secas y sopla hasta que la llamita se convierte en fogata. Pone le agua para el mate y en otra hornalla una ollita de “fierro “de tres patas en la que coloca trozos de grasa cortada. Abraza un manojo de leños con sus fuertes brazos y prende el fuego en el horno de barro. Se sienta en un banquito que en realidad es un tronco cortado con tres raíces que hacen de patas. Coloca las brasas en un brasero que es un tarro al que se le ha anexado una parrillita cuadrada. Trae la pava ennegrecida, los implementos del mate y comienza su primera comida del día. Hay otra mesa en el patio, que en realidad es un tablón sostenido por cuatro horcones. La limpia con cuidado y la seca.
Trae harina y dispone un poco de la misma sobre la mesa, en forma de corona .En el centro coloca la grasa derretida que “chirria” ante el contacto con la salmuera tibia y un trocito de levadura.
La Juana se transforma cuando amasa. Mete sus manos en la harina suave, acaricia la masa hasta que está caliente, dispone de trozos alargados que corta con las manos y en la parte superior le hace dos cruces con un cuchillo mango de madera.
Prueba el horno introduciendo un papel adentro y cuando considera que la temperatura es apta, toma una pala de madera con un largo mango y va disponiendo los panes en el horno. Finalmente tapa la boca con una lata y coloca una piedra grande que la sostiene.
Al Pedro le encanta el olor y el sabor del pan casero. Le parece verlo: con el con el pan caliente, lo huele y con respeto, como una ceremonia sacra, corta un pedazo con la mano-la abuela decía que no había que cortar el pan con cuchillo- y se lo lleva lentamente a la boca.
No sabe porque hace pan hoy, cuando el Pedro no está hace torta al rescoldo.
Mientras el pan se dora en el horno y el aire se perfuma con olor a jarilla. Saca las hojas secas de la madreselva que pese a sus cuidados no quiere florecer. Desde que murió la abuela no ha florecido y eso que la cuida y le ha ofrecido las flores a la estampa de la virgen dolorosa.
El balido de las cabras desde el corral, la conecta con sus tareas pendientes, piensa que hasta sus cabritas ha abandonado por estar cerca de la radio. Le parece que así está más cerca del Pedro aunque no entienda muy bien el contenido de lo que dicen.
Está confundida la Juana. Confundida, fundida con el silencio…fundida con las voces de la radio. Para colmo el Lucho que pasa tras de una yegua arisca la confunde más, se dice en voz alta:
¡Que van a pelear con un príncipe…! ¡Jesús! ¡Un príncipe! ...Y viene en avión”
Si el Pedro lo único que sabe manejar es su cuchillito del monte, lazos y boleadoras.
Que llegan aviones... mira el cielo y ve revoloteando caranchos…Tengo que ocuparme de los cabritos, piensa, y se dirige al corral. Adivina algo en la mirada de Hilario que viene desde el otro lado de la sierra. ¿Será idea de ella o el Hilario da vueltas para bajar del caballo? Se baja, y con aire resuelto se dirige hacia ella, antes de que termine de hablar, siente que su sangre se ha enfriado, que sus pies han echado raíces que le impiden moverse: soldados… muertos...mentiras. “…Mas mentiras...”
La Juana no llora. Aprendió que en el monte no sirve llorar.
“Debe haber una osamenta”
Y señala los caranchos que revolotean en círculo. Toma la mano del mortero y pisa con fuerza el maíz para la mazamorra.
“Hay que hachar, sembrar, sacar el pan”
En el huerto rasguña la tierra con sus manos y con grandes puñados tapa la tierra donde ha colocado la semilla. Y trabaja, trabaja y trabaja. No para, ni para comer. El anochecer, preludio de un acongojado anuncio de otro día la encuentra al lado del corral, mirando sin ver, escuchando el repiqueteo de la lluvia sin oír. El olor a peperina es tan intenso que impregna su cuerpo, pero la Juana no huele, no aspira, no respira. Sus alpargatas deshilachadas se manchan con la sangre que mana de la herida de una espina de alpataco clavada en un pié que ella no ha advertido.
Los truenos hacen retumbar los cerros. Los relámpagos delinean nítidamente las formas.
Parada al lado del palenque la Juana parece la imagen de la desolación. La lluvia tan esperada, resbala sobre su cara, sabe a sal y a vinagre. Empapa su cuerpo delgado, delinea sus formas, se adhieren a sus pechos pequeños que parecen brevas marchitas. Pasa el chaparrón y el sol marca una línea curva en el horizonte con los colores del arco iris. El cielo despide un resplandor rojizo
“Mañana será un lindo día”
Quién sabe que fuerza traslada su cuerpo, su materia, al rancho. No enciende la radio, la baja del tala y la coloca sobre la mesa de la cocina. Prende el farol lo cuelga de un gancho en la pared de barro y guarda el pan en un gran cajón de madera. Alimenta los perros, los gatos e intenta entibiarse por dentro con el mate. Con el farol en la mano, arrastrando los pies que pesan como plomo se dirige a la “pieza”. No apaga el farol. En el lecho sin desvestirse ni deshacer la cama, mira el techo de jarilla, sin pestañear, no sabe a que hora desciende, piadoso, el sueño. El canto del gallo la despierta. En la ramada se detiene petrificada:
” ¡Ha florecido la madreselva!”
Siente que una esperanza grandota le inunda el pecho.
Cuando aparece en medio del guadal la chata del Turco o sabe que le pasa a sus ojos. Ve todo nublado. Desdibujan la figura del Pedro levantada en saludo.
Sus pies como trasformados en pájaros vuelan al encuentro. Toda la Juana florece. Su blusa, como por arte de magia se infla y sus pequeños pechos semejan dos higos maduros.
Como fulminada por un rayo llora, ha comprendido que llorar sirve para que florezcan las madreselvas.
Este cuento sido distinguido en tres oportunidades: Premio Federal (CFI) – San Luis: CFD-
Biblioteca Popular de Merlo-

4 comentarios:

  1. este cuento, aunque esté redactado en tercera persona, creo que nos identifica a todas las mujeres en la esperanza y en la lucha. es un entretejido de situaciones narradas en secuencias humanas, poéticas, con la profundidad y la inocencia que solamente una talentosa en estilo puede lograrlo. qué lindo encontrarte aquí, ame,abracito. susana zazzetti.

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  2. Amelia Arellano, no conocía este cuento tuyo, una epopeya con sabor a mujer de pueblo relatada sin filigranas, un lenguaje narratvo impecable, un ritmo que no cesa, detalles cuyo conocimiento revelan tu sapiencia popular. Que quito la gorra, lustre y brillo para esta magnífica antología.
    Felicitaciones, Andrés Aldao

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  3. Perdón: el final debe leerse "Me quito la gorra, tu cuento es lustro y brillo para esta magnífica antología. Felicitaciones, Andrés

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  4. HEEEEEEEE Andrés , Su, y por supuesto querido José , recién revisando el direccionario encuentro esto, si pequé por descortes, lo siento.
    Un abrazo , ah , y la Juana existe.
    amelia

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